viernes, 25 de febrero de 2011

El vaso medio lleno

La gente (un servidor incluido) tiene cierta manía de esperar, ansiosa, casi cinicamente, a la gota que rebalsa el vaso. No importan en su momento todas esas pequeñas gotas que lo van llenando, de vez en cuando le metemos un chorro largo que llena casi todo el vaso pero eso no importa. Lo que importa es la última, esa pequeña e inservible gotita que vino a caer justo en nuestro vaso, que estaba a tope, y ahora rebalsa. Digo, cual es la extraña obsesión con esa gota. Ella no tiene la culpa de que el vaso estaba lleno a reventar, ella simplemente calló, como se caen las cosas de una baulera alta y desordenada. Se veía venir, pero no nos importó, no le hechamos la culpa a la primera, a la número 20, siquiera la que lleno el vaso. La perversa, la malvada, la que tiene la culpa de todo es ella, que vino, totalmente infame y con cara de distraída a rebalsar el vaso. Que mierda tiene que venir a exceder la capacidad que colmada quedaba tan linda, tan perfecta. La culpa no la tengo yo, que elegí no ir tomando de ese vaso, o vaciarlo de vez en cuando, o buscar otro para que no estalle. No, la culpa la tiene esa gota, esa maldita gota, que no tenía que caer, tenía que quedarse en el caño, quedarse ahí. Pero no, tuvo que salir, y cuando vi que estaba al borde de la canilla, titilando, amenazante, avisando la inminente situación de caos que genera agua fuera de un vaso, la deje caer, casi cínicamente, solo para ver como el vaso revalsó y sentenciar que el recipiente no sirve más. Porque esta fue la gota que revalsó el vaso.