lunes, 8 de agosto de 2011

Llega el tren


Dice Ricardito que remontar el barrilete en este vendaval no es lo recomendable. Lo intento de todos modos sin saber bien si es lo correcto.

Hay ciertas luces que se vienen viendo, de a poco, como desde lejos, y se van acercando y cada vez son más grandes, son bien distintas a los efímeros flashes, son más bien como una locomotora aproximándose, a ritmo fuerte y seguro hacia nosotros.

La luz se va agrandando hasta que enceguece, nos tapamos los ojos y miramos hacia abajo, queriendo esquivar la incómoda situación. Se puede ser un poco vivo (en el sentido de supervivencia) y saltar de las vías. O bien, se puede ser un poco liebre, y quedarse con las orejas paradas, como hipnotizados por esa luz, que se agranda, mientras nos preguntamos qué corno es esa luz, hasta que el tren nos arrolla con la fuerza, justamente, de un tren, repartiendo los pedacitos por todos lados, dejando el ambiente sordo de esa bocina violenta.

Hasta que el tren pasa, sólo fueron unos segundos en los que la luz nos tapó y el tren nos arrolló. Y el sonido se va perdiendo, mientras la noche vuelve a tomar su forma natural, y nos quedamos viendo los pedacitos y diciendo, ok, efectivamente esa luz era el tren.

Lástima que nos quedamos tan estupefactos con la situación que no vimos donde terminaba el recorrido, como para hacerle una demanda al menos. Pero que va ser… Era el tren nomás, y eso que siempre estuvimos sobre vías, ¿qué iba a ser sino?
Y nos vamos caminando, despacio, mirando los durmientes, pensando en lo que acaba de pasar, en lo espectacular del destrozo, el morbo de la carne y sangre volando por doquier, pensando, sin pensar, que por esas mismas vías está viniendo otro tren, y nosotros lo más panchos mirando el suelo, y viendo como con la luz de espaldas nuestra sombra se agranda y se ilumina todo alrededor, y las vías tiemblan, y el piso se mueve, y nosotros seguimos pensando… y era otro tren nomás…