martes, 22 de mayo de 2012


El departamento se ve con una luz tenue, está un poco desordenado y Aquiles mira la pantalla de la pc casi inmóvil (salvo por sus ojos que van histéricos de un lado para el otro). De golpe desenchufa el cable del auricular y la música invade todo el ambiente tocando las puertas de los vecinos. Se reincorpora y sin mirar nada dos veces entra en el baño, prende la ducha, se desviste rápidamente, se mira unos segundos en el espejo como si no se conociera, se sonríe, entra en la ducha. Levanta la cabeza contra el agua tibia y cierra los ojos probando cuánto puede sostener tamaña empresa. Escucha su música que va y viene, piensa e imagina mucha gente. Están bailando, el lugar es cómodo y el humo ambienta. Pasar entre las personas que están bailando le cuesta un Perú, sin mucho esfuerzo logra actuar de ellos para alivianar el paso. Se seca la cara, se vuelve a mirar en el espejo y vuelve a sonreír. La ve merodeando la barra, rápido y con la experiencia del wing derecho que solía ser anticipa el movimiento y con cara de situación inicia un debate con el barman sobre la bebida adecuada al momento. Ella, con la empatía que sólo tienen los viajantes, acepta la invitación y en un solo movimiento se acomoda bien cerca para solucionar el debate: “Fernet”. Él la mira, la reconoce y le sonríe. Le susurra algo al oído, ella lo mira, le sonríe y le ofrece su cintura. Él la abraza por ahí mismo, la mira y la besa. Ella se sienta en la cama, llora, se tapa la cara y grita pidiendo explicaciones. Él la abraza y deja que llore un mar en su pecho. Terminan de besarse, se miran, se sonríen y van a bailar. Bailan con sus amigos, se miran de lejos, se extrañan y lo saben. Ella toma un taxi, “Córdoba y Maipú” y se va quedando dormida leyendo carteles de oferta, no quiere repasar su noche, prefiere recordarlo y preguntarse si él estará tan solo como ella. “En la esquina de Peña está bien” paga, se baja del taxi buscando las llaves. El ascensor es ridículamente lento “Octavo piso”. Abre la puerta y sin prender la luz pasa, cierra con llave y se arrastra hasta el sillón, se tira de golpe dejando colgar su cabeza mirando las formas que le dan al techo las primeras luces de la mañana. Se duerme pensando en llamarla mañana. Él no eligió dormir, le duele la cabeza, no quiere ir a la cama, mira el paquete de cigarrillos “doce… trece… catorce, está bien”, elije un disco busca una foto vieja. Ella sale del baño, está preciosa solo con su remera vieja, le susurra algo al oído, le aprieta cariñosamente los hombros y desaparece en la habitación. La pista está ahora llena de gente, la alegría es general, una amiga se esfuerza por explicar los males que pueden traerle a la economía la falta de pepa, los tambores suben sincronizando el brazo de ella que captura su cintura. Se besan de nuevo, se miran, hacen el amor. Se escapan de sus vidas, se roban cada uno la del otro, se la prestan y juegan sin descanso. Él sale de la ducha, limpia el espejo, se mira, se sonríe y se cambia. Elije un disco y camina las diez cuadras que lo separan de la fiesta. Ella escapa de las miradas conocidas, así conoce a la de él, que la invita sin hablarle a un debate sobre la bebida adecuada al momento. “Fernet”.


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