El departamento se ve con una luz tenue, está un poco
desordenado y Aquiles mira la pantalla de la pc casi inmóvil (salvo por sus
ojos que van histéricos de un lado para el otro). De golpe desenchufa el cable
del auricular y la música invade todo el ambiente tocando las puertas de los
vecinos. Se reincorpora y sin mirar nada dos veces entra en el baño, prende la
ducha, se desviste rápidamente, se mira unos segundos en el espejo como si no
se conociera, se sonríe, entra en la ducha. Levanta la cabeza contra el agua
tibia y cierra los ojos probando cuánto puede sostener tamaña empresa. Escucha
su música que va y viene, piensa e imagina mucha gente. Están bailando, el
lugar es cómodo y el humo ambienta. Pasar entre las personas que están bailando
le cuesta un Perú, sin mucho esfuerzo logra actuar de ellos para alivianar el
paso. Se seca la cara, se vuelve a mirar en el espejo y vuelve a sonreír. La ve
merodeando la barra, rápido y con la experiencia del wing derecho que solía ser
anticipa el movimiento y con cara de situación inicia un debate con el barman sobre
la bebida adecuada al momento. Ella, con la empatía que sólo tienen los
viajantes, acepta la invitación y en un solo movimiento se acomoda bien cerca
para solucionar el debate: “Fernet”. Él la mira, la reconoce y le sonríe. Le
susurra algo al oído, ella lo mira, le sonríe y le ofrece su cintura. Él la
abraza por ahí mismo, la mira y la besa. Ella se sienta en la cama, llora, se
tapa la cara y grita pidiendo explicaciones. Él la abraza y deja que llore un
mar en su pecho. Terminan de besarse, se miran, se sonríen y van a bailar.
Bailan con sus amigos, se miran de lejos, se extrañan y lo saben. Ella toma un
taxi, “Córdoba y Maipú” y se va quedando dormida leyendo carteles de oferta, no
quiere repasar su noche, prefiere recordarlo y preguntarse si él estará tan
solo como ella. “En la esquina de Peña está bien” paga, se baja del taxi
buscando las llaves. El ascensor es ridículamente lento “Octavo piso”. Abre la
puerta y sin prender la luz pasa, cierra con llave y se arrastra hasta el
sillón, se tira de golpe dejando colgar su cabeza mirando las formas que le dan
al techo las primeras luces de la mañana. Se duerme pensando en llamarla
mañana. Él no eligió dormir, le duele la cabeza, no quiere ir a la cama, mira
el paquete de cigarrillos “doce… trece… catorce, está bien”, elije un disco
busca una foto vieja. Ella sale del baño, está preciosa solo con su remera
vieja, le susurra algo al oído, le aprieta cariñosamente los hombros y
desaparece en la habitación. La pista está ahora llena de gente, la alegría es
general, una amiga se esfuerza por explicar los males que pueden traerle a la
economía la falta de pepa, los tambores suben sincronizando el brazo de ella
que captura su cintura. Se besan de nuevo, se miran, hacen el amor. Se escapan
de sus vidas, se roban cada uno la del otro, se la prestan y juegan sin
descanso. Él sale de la ducha, limpia el espejo, se mira, se sonríe y se
cambia. Elije un disco y camina las diez cuadras que lo separan de la fiesta.
Ella escapa de las miradas conocidas, así conoce a la de él, que la invita sin
hablarle a un debate sobre la bebida adecuada al momento. “Fernet”.
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